Los Dichos Que Ya No Deben Ser Dichos Cap.2
Por Josué de la Fraga
¡Hola de nuevo, queridos lectores! Bienvenidos una vez más a este espacio de reflexión en el blog de Radio Televisión de Veracruz: «Los Dichos que Ya No Deben Ser Dichos». Soy Josué de la Fraga. En nuestra entrega anterior, pusimos bajo la lupa el famoso «Calladita te ves más bonita» y exploramos cómo estas frases, aparentemente inofensivas, pueden perpetuar ideas que ya no se corresponden con los valores de nuestra sociedad actual. Agradezco sinceramente sus comentarios y el que nos acompañen en este viaje de deconstrucción lingüística y cultural.
Hoy, tenemos sobre la mesa otro dicho que ha resonado en aulas y hogares durante generaciones. Una frase que, bajo un manto de supuesta sabiduría popular sobre la enseñanza, esconde una filosofía bastante dura y, afortunadamente, cada vez más cuestionada. Este dicho, además, tiene raíces que se hunden profundamente en prácticas pedagógicas de antaño, algunas de ellas bastante severas.
El «Dicho que ya no debería ser dicho» de esta semana es: «La letra con sangre entra».
(Permitan apreciadas lectoras y apreciados lectores que la frase resuene un instante).
Fuerte, ¿verdad? «La letra con sangre entra». Esta expresión evoca de inmediato imágenes de disciplina severa, de castigos físicos como el reglazo en las manos, de un aprendizaje impuesto a través del miedo y el dolor.
Para entender por qué esta frase tuvo tanto arraigo, debemos viajar un poco en el tiempo. Aunque es difícil precisar un único autor o un momento exacto de origen –como sucede con muchas sentencias populares que se transmiten oralmente–, este dicho es el fiel reflejo de una filosofía educativa muy extendida en siglos pasados. Su eco se puede rastrear prácticamente desde la antigüedad, cobrando mucha fuerza en la Edad Media y persistiendo hasta bien entrado el siglo XX en numerosos lugares del mundo.
La idea subyacente era que el aprendizaje, especialmente de conocimientos considerados áridos o difíciles –como la lectura, la escritura, las matemáticas o el latín–, requería un esfuerzo considerable. Si la voluntad del estudiante flaqueaba o no mostraba la «debida» aplicación, la disciplina física era vista como una herramienta legítima, e incluso necesaria, para «encauzarlo» y asegurar la asimilación del conocimiento.
En contextos históricos donde la educación no era un derecho universal sino un privilegio, los recursos pedagógicos eran escasos, y la visión predominante del niño era la de un adulto en miniatura al que había que «domar» o «moldear» con firmeza, el castigo corporal se consideraba un método eficaz. No se concebía el aprendizaje sin una cuota de sufrimiento o, al menos, sin una severidad extrema. La «sangre» en la frase puede interpretarse tanto en un sentido literal (castigos que, en ocasiones, llegaban a herir físicamente) como en uno metafórico (un esfuerzo que duele, que cuesta sudor y lágrimas).
Pero, ¿por qué hoy día esta frase no solo es políticamente incorrecta, sino profundamente dañina y absolutamente obsoleta?
Hoy sabemos, gracias a décadas de investigación en psicología, neurociencia y ciencias de la educación, que el aprendizaje significativo y duradero no se cimienta en el miedo. Por el contrario, florece con la curiosidad, la motivación intrínseca, la confianza y la creación de un ambiente seguro y estimulante. Un niño, niña o adolescente que teme ser castigado difícilmente desarrollará amor por el conocimiento; más bien, podría asociar el estudio con la ansiedad, el estrés y la aversión.
Esta frase, aunque a veces se utilice hoy en un tono ligero o como una hipérbole, lleva implícita la validación de la violencia como herramienta educativa. Y esto es gravísimo. La violencia, ya sea física o psicológica, genera trauma, daña la autoestima, rompe el vínculo fundamental de confianza entre el educador (sea docente o progenitor) y el estudiante, y peligrosamente enseña que los problemas se resuelven mediante la agresividad.
Los niños, niñas y adolescentes son sujetos de derechos, y entre ellos se encuentran el derecho a una educación de calidad, pero también a la integridad física y emocional, al respeto irrestricto de su dignidad y a un desarrollo libre de violencia. «La letra con sangre entra» es una afrenta directa a estos derechos fundamentales, reconocidos internacionalmente y en nuestra legislación.
Si bien el miedo puede generar obediencia y sumisión a corto plazo, no fomenta la comprensión profunda, el pensamiento crítico, la creatividad ni la autonomía intelectual. El verdadero aprendizaje es un proceso activo, constructivo y, idealmente, gozoso, no una imposición dolorosa. Queremos formar ciudadanos pensantes, críticos y propositivos, no autómatas que repiten información por temor a represalias.
Afortunadamente, las sociedades han avanzado significativamente. Las leyes protegen a la infancia contra el maltrato físico y emocional, y los sistemas educativos, en su gran mayoría, han erradicado el castigo corporal como práctica pedagógica. Sin embargo, la sombra de este dicho puede persistir en ciertas actitudes, en la creencia errónea de que «un buen coscorrón a tiempo» es necesario, o en la idea de que la disciplina excesivamente rígida y punitiva es sinónimo de buena educación.
¿La alternativa? ¡Existen muchas y son mucho más constructivas! Podemos reformular la idea con frases como «La letra con cariño entra», «El saber no ocupa lugar, pero sí requiere dedicación y constancia», o simplemente fomentar la noción de que «Aprender es una aventura emocionante». La clave está en enseñar con paciencia, con empatía, adaptándose a los ritmos y estilos de aprendizaje de cada estudiante, y celebrando tanto el esfuerzo como la curiosidad innata.
Así que, la próxima vez que escuchemos la frase «La letra con sangre entra», o nos veamos tentados a pensar en ella, recordemos su oscuro pasado y su nula validez en un presente que busca educar desde el respeto, la comprensión y la alegría por descubrir. Borrémosla de nuestro repertorio mental y verbal.
¿Qué otro dicho popular consideran que merece un análisis en esta sección? Los leemos y escuchamos con atención en nuestras redes sociales.
Soy Josué de la Fraga, y esto ha sido «Los dichos que ya no deben ser dichos». Los espero la próxima semana para seguir reflexionando juntos sobre el poder y el impacto de nuestras palabras. ¡Hasta entonces!
Josué de la Fraga Chávez
Locutor y productor en Radio Televisión de Veracruz, docente universitario y apasionado por el lenguaje. Entre micrófonos y aulas, vive rodeado de su «manada»: Daniela, los gatos Momo y Kimi, y el perro Canelo. En esta columna, «Los Dichos Que Ya No Deben Ser Dichos, une su oído crítico y su amor por las palabras para revisitar el habla popular con humor y humanidad.