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El acoso callejero, una reflexión sobre la expresión de la sexualidad de los hombres

Una reflexión sobre la expresión de la sexualidad de los hombres,

(primera parte)


Bruno Rubio Gutiérrez | Opinión: Sin Privilegios

La expresión de la sexualidad entre dos personas se debe desarrollar en un entorno donde las partes involucradas puedan hacerlo voluntariamente, con consentimiento y conciencia de lo que está ocurriendo y con el fin de compartir placer y bienestar mutuos, sin embargo los hombres y las mujeres en nuestra sociedad hemos tenido “destinadas” dinámicas diferentes para ejercer y expresar nuestra sexualidad y que no necesariamente cumplen estas condiciones.

A lo largo de la historia y en la mayoría de las sociedades, las mujeres han estado bajo los mandatos de la belleza, la seducción, la voluptuosidad y aunque con sus excepciones, la pasividad y la sumisión. Han jugado, y no necesariamente por gusto, un papel en el que son más receptoras, “conquistables”, como un territorio que los hombres buscamos dominar aun cuando haya resistencias. El que haya sido así durante gran parte de la historia de la humanidad, no significa que sea lo “normal”, lo deseable o lo justo.

En el caso de los hombres, como privilegiados dentro de las sociedades patriarcales, se nos ha enseñado que al momento de expresar nuestra sexualidad, debemos además dejar bien clara nuestra identidad como “verdaderos hombres”.

Es decir, que en el momento en el que sentimos deseo, ganas de estar con alguien, además de dar rienda suelta a los impulsos espontáneos y naturales, como los que siente cualquier persona, debemos agregar acciones, dinámicas o actitudes que reafirmen las características de un “verdadero hombre”, aunque en ese momento, como se dice coloquialmente, no venga ni al caso.

Este “ser hombre” que la sociedad nos ha enseñado, incluye entre muchos otros, los mandatos de ser fuertes, agresivos, con iniciativa, dominantes, demostrar que se tiene poder físico, económico o social y demostrar una potencia física que respalda nuestro deseo sexual, que por cierto, debe estar siempre activo y manifiesto. Si no cumplimos estos mandatos, en lo individual y en lo colectivo, creemos que dejamos de ser hombres y creemos que las demás personas dejan de percibirnos como hombres.

Cuando los hombres decimos “piropos” a una mujer, o deliberadamente hacemos proposiciones sexuales o juicios acerca de su cuerpo, estamos sí ejerciendo la expresión de nuestra sexualidad, pero de manera unilateral, y con añadiduras innecesarias para demostrar que “somos hombres”. Es este tipo de actos, la otra persona no es tomada en cuenta.

Tú como hombre ¿qué piensas al respecto? ¿Te has detenido a pensar en lo que siente una mujer al recibir un piropo no deseado en la calle? La siguiente semana seguiremos compartiendo reflexiones sobre este tema.