Los Dichos Que Ya No Deben Ser Dichos Cap.3
Por Josué de la Fraga
¡Qué tal, apreciada comunidad lectora! Estamos de vuelta en este espacio de nuestro blog en Radio Televisión de Veracruz, que nos invita a la introspección y al análisis crítico: «Los Dichos que Ya No Deben Ser Dichos». Soy Josué de la Fraga. La semana pasada desmenuzamos juntos esa frase tan dura de «La letra con sangre entra», explorando sus orígenes en pedagogías autoritarias y su total desconexión con los métodos educativos actuales, que se cimientan en el respeto y la motivación. La conversación que se generó en torno a ello fue, sin duda, muy enriquecedora.
Hoy, nos vamos a enfrentar a una frase que, más que un refrán popular tradicional, es casi un postulado filosófico que se ha filtrado profundamente en el imaginario colectivo. A menudo, se invoca para justificar acciones que, desde una perspectiva ética, resultan, digamos, cuestionables. Es una máxima que puede sonar pragmática para algunos, pero que encierra un peligro ético considerable y cuyas implicaciones merecen ser examinadas con detenimiento.
El «Dicho que ya no debería ser dicho», o más bien, la máxima que hoy ponemos sobre la mesa de debate es: «El fin justifica los medios».
«El fin justifica los medios». Una afirmación con profundas implicaciones. Muchos la asocian inmediatamente con el influyente pensador renacentista italiano Nicolás Maquiavelo y su célebre obra «El Príncipe». Es fundamental aclarar un punto importante desde el inicio: Maquiavelo nunca escribió esta frase textualmente en «El Príncipe» (escrito alrededor de 1513) ni en ninguna de sus otras obras. Sin embargo, esta máxima se ha convertido en una síntesis popular, aunque frecuentemente simplificada en exceso, de ciertas ideas complejas que él expuso. «El Príncipe» es, en esencia, un tratado de doctrina política que buscaba aconsejar a los gobernantes de su tiempo sobre cómo adquirir y, crucialmente, cómo mantener el poder político.
Para comprender el contexto, debemos situarnos en la Italia renacentista, una época de gran inestabilidad política, fragmentación territorial, guerras constantes y encarnizadas luchas por el poder entre diversos estados y familias. Maquiavelo, como agudo observador de su realidad, describió las acciones que, en la práctica, llevaban a los príncipes a tener éxito y a asegurar la estabilidad de sus estados. Esto incluía, en ocasiones, acciones que implicaban crueldad, engaño o una aparente amoralidad desde la perspectiva de la ética convencional.
Su enfoque era más descriptivo y pragmático que prescriptivo en un sentido moral universal. Es decir, analizaba lo que funcionaba para un gobernante en pos de la cohesión y supervivencia del Estado (el «fin»), incluso si los «medios» empleados eran reprobables desde una óptica moral tradicional. No obstante, esta interpretación de su obra, a lo largo de los siglos, ha llevado a que se le atribuya la idea de que cualquier medio es válido si el objetivo final se considera suficientemente importante o «bueno».
Ahora bien, ¿por qué esta máxima, «El fin justifica los medios», es tan problemática y por qué ya no debería ser un estandarte para la acción en nuestra sociedad actual?
Si aceptamos que un fin deseable (sea la paz, la prosperidad, la justicia, o incluso un objetivo personal legítimo) puede justificar cualquier medio, estamos creando una pendiente resbaladiza muy peligrosa. ¿Quién decide qué fin es lo suficientemente «noble» para justificar la mentira, la corrupción, la violencia, la traición o la sistemática violación de derechos humanos? Esta lógica puede llevar, y ha llevado históricamente, a justificar atrocidades en nombre de un supuesto «bien mayor».
Los medios que utilizamos no son neutrales; tienen un impacto directo y transformador en el resultado que obtenemos. Si para alcanzar un fin que consideramos «bueno» recurrimos a medios «malos» o éticamente reprobables, es muy probable que ese fin termine manchado, distorsionado o incluso completamente corrompido por el camino recorrido. La paz obtenida mediante la opresión y el silenciamiento no es una paz genuina ni sostenible. La riqueza obtenida mediante la explotación y el abuso difícilmente generará un bienestar social equitativo y justo.
Una sociedad funcional, democrática y justa se basa en la confianza interpersonal e institucional, en normas éticas compartidas y en el respeto a las leyes y los procesos establecidos. Si cada individuo o grupo decide que sus fines particulares justifican saltarse las reglas, ignorar los derechos ajenos o manipular la verdad, el tejido social se descompone. La justicia, la transparencia y la rendición de cuentas se vuelven irrelevantes, dejando campo libre a la arbitrariedad.
Los medios «incorrectos» suelen tener una estela de consecuencias secundarias negativas que, a menudo, no se anticipan o se minimizan en el afán de alcanzar el fin deseado. Estas consecuencias pueden ser mucho más dañinas y perdurables a largo plazo que el supuesto beneficio del fin alcanzado.
Lo que para una persona, grupo o nación es un «fin justificable» puede no serlo en absoluto para otros, especialmente para aquellos que sufren directamente las consecuencias negativas de los «medios» empleados. Esto genera conflictos irresolubles, resentimiento y perpetúa ciclos de agravio y venganza.
En una sociedad democrática, cultural y que busca activamente el bien social –como la que aspiramos a ser y fortalecer en Veracruz y en México– los procesos importan tanto como los resultados. La integridad, la coherencia entre lo que decimos y hacemos, el respeto a la dignidad humana y a las normas éticas no son obstáculos para el progreso, sino sus pilares fundamentales.
En lugar de la peligrosa máxima «El fin justifica los medios», podríamos adoptar y promover principios como: «Los medios construyen (o destruyen) el fin», «La integridad en el proceso es tan importante como el resultado anhelado» o, simplemente, recordar la sabia advertencia de que en la búsqueda de nuestros objetivos, no todo vale.
Es una reflexión profunda, lo sé. Pero sumamente necesaria para no caer en la trampa de pensar que un objetivo, por aparentemente bueno que sea, nos otorga una «carta blanca» para actuar sin escrúpulos ni consideración por los demás.
¿Qué piensan ustedes? ¿En qué situaciones han visto aplicar esta máxima de «El fin justifica los medios» y cuáles fueron las consecuencias? Nos interesa mucho conocer sus ideas y experiencias. Compártanlas con nosotros a través de las redes sociales de RTV.
Soy Josué de la Fraga. Esto fue «Los Dichos que Ya No Deben Ser Dichos». Nos encontramos la próxima semana para seguir explorando juntos cómo nuestro lenguaje refleja y, al mismo tiempo, moldea nuestra realidad. ¡Hasta entonces!
Josué de la Fraga Chávez
Locutor y productor en Radio Televisión de Veracruz, docente universitario y apasionado por el lenguaje. Entre micrófonos y aulas, vive rodeado de su «manada»: Daniela, los gatos Momo y Kimi, y el perro Canelo. En esta columna, «Los Dichos Que Ya No Deben Ser Dichos, une su oído crítico y su amor por las palabras para revisitar el habla popular con humor y humanidad.