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Mirar, escuchar y agradecer

Ileana Quiroz | Mundo y cultura


Imagina que estás en la azotea de tu casa o en la parte más alta de una calle empinada ¿Puedes recordar la sensación de abarcar con tu vista mucho más del paisaje citadino del lugar donde vives? ¿Qué emociones te ha generado el, de repente, darte cuenta de todo lo que hay allá afuera? No sólo tu recámara, tu casa, tu calle, sino, muchas casas, calles, gente, vida, movimiento,etc. Es apabullante ¿Verdad?.

Bueno pues, en este momento, haz un viaje imaginario hacia algún lugar que te gustaría conocer, que esté lejos de donde te encuentras y que sea muy diferente a tu entorno… Te ayudamos un poco ¿te atraen las megaciudades? La primera población moderna catalogada bajo este término fue Nueva York, que en 1936 superó la marca de 10 millones de habitantes. Te sorprenderá saber que actualmente la Gran Manzana tiene apenas un poco más de 8 millones, pero esto, por supuesto, no la hace menos impresionante. Seguramente habrás visto en películas las grandes avenidas repletas de miles de personas caminando, como si de un río humano se tratase.

Ahora, mentalmente sitúate en una azotea de un edificio en el centro de N.Y. ¿Te puedes imaginar el panorama? Ante ti más de 4,500 rascacielos, y súmale una gran cantidad de calles, edificios y personas transitando. Seguramente hasta podrás escuchar el vibrar de la ciudad, música saliendo de ventanas, gente hablando al cruzar en el paso de peatones, autos acelerando para llegar más rápido a sus destinos…

Ahora,viajemos hacia el otro extremo del espectro, digamos que tu ánimo aventurero te lleva hacia la vastedad de la naturaleza ¿Hacia dónde dirigir nuestros pasos? Puede ser a un país cuyo territorio está conformado por montañas en un 93%. Sí, Tayikistán en Asia Central es conocido como “el techo del mundo” porque esta zona del planeta tiene una altitud media de 4,700 metros sobre el nivel del mar. Ubicarte en lo alto de alguna de sus montañas, te permitirá ver un sinfín de picos nevados, paisajes verdes, muchos glaciares, y si tienes suerte, incluso, podrías avistar leopardos, osos o lobos, deambulando por sus innumerables montañas.

Al cerrar los ojos ¿Qué escucharías? El viento recorriendo las ramas de los árboles, el crujir de las capas de hielo que se acomodan, el canto de las aves rapaces que cruzan el horizonte a la hora en la que se pone el sol sobre las montañas tayikas.

Toda una experiencia que nos acomoda en el papel de humildes espectadores y que  nos hace identificarnos con lo que dijo Gustave Flaubert: «Viajar te hace modesto. Te hace ver el pequeño lugar que ocupas en el mundo».

Y después de todo esto, tan solo nos queda sonreír y agradecer…