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Los Dichos Que No Deberían Ser Dichos Cap. 11

¡Qué tal, apreciada comunidad lectora! Gracias por acompañarnos una vez más en este espacio semanal para la autocrítica de nuestro lenguaje. Soy Josué de la Fraga, y esto es «Los Dichos que Ya No Deben Ser Dichos».

En nuestro episodio anterior, desmitificamos el miedo irracional al «martes 13», concluyendo que son nuestras acciones, y no el calendario, las que deben guiar nuestra vida. Hoy, damos un paso desde el terreno de las supersticiones a uno muy real y, a veces, muy cruel: el del juicio social. Vamos a analizar una de esas frases que funcionan como una sentencia inapelable, un veredicto exprés sobre el carácter y el valor de una persona.

El dicho que hoy vamos a cuestionar es una de las herramientas de juicio más antiguas y efectivas que existen: «Dime con quién andas y te diré quién eres».

Esta frase la hemos escuchado todos. De nuestros padres como una advertencia bienintencionada, de amigos como un comentario casual, o incluso de nosotros mismos como un juicio rápido para catalogar a alguien. A primera vista, parece tener una lógica impecable, casi de sentido común.

Es justo reconocer que este proverbio es antiquísimo, presente en muchísimas culturas y con un lugar de honor en la literatura, el propio Sancho Panza lo utiliza en «El Quijote». Su intención original era ser una guía de prudencia y supervivencia social. En comunidades pequeñas y cohesionadas, tus amistades y asociaciones definían tu reputación y, por ende, tu fiabilidad. Juntarte con gente de mala fama podía, en efecto, traerte problemas o influir negativamente en tu propio carácter. Era un consejo práctico: «Elige bien tus compañías porque te influirán y, además, serás juzgado por ellas». Y hay que admitirlo, hay una parte de verdad en eso: somos seres sociales y nuestro entorno nos moldea.

El problema surge, como tantas veces, cuando este consejo de prudencia se transforma en una licencia para el prejuicio. ¿Por qué esta frase, tan arraigada, es profundamente problemática en la sociedad que aspiramos a construir?

El uso moderno de este dicho se ha convertido en una herramienta tóxica por varias razones:

Ya que funciona como un atajo mental que nos exime del esfuerzo y la responsabilidad de conocer genuinamente a una persona, es una fórmula perfecta para el prejuicio. En lugar de evaluar a un individuo por sus propias acciones, ideas y carácter, simplificamos el juicio observando su círculo social y le pegamos una etiqueta automática. Es el equivalente a juzgar un libro, no por su portada, sino por los demás ejemplares que lo rodean en el estante. Parte de la premisa falsa de que somos meros reflejos pasivos de nuestros amigos, carentes de voluntad, valores o pensamiento crítico propios. Anula nuestra complejidad. ¿Acaso es imposible mantener una amistad con alguien sin compartir todas sus opiniones o defectos? ¿O acaso no podemos sentir empatía y cariño hacia personas muy distintas a nosotros, incluso hacia quienes han cometido errores y buscan mejorar? Si vivimos bajo el temor constante a ser juzgados por nuestras compañías, la reacción natural y defensiva es encerrarnos en burbujas sociales homogéneas. Empezamos a evitar a quien piensa diferente, a quien proviene de otro contexto socioeconómico, a quien tiene un estilo de vida distinto o a quien atraviesa dificultades, por miedo a que «se nos pegue» su estigma. La frase, en última instancia, empuja hacia la exclusión y nos priva de la inmensa riqueza humana que surge del contacto con realidades diversas.

Es particularmente eficaz para presionar, especialmente a los jóvenes. El argumento —»No te juntes con esa persona de mala fama, o pensarán que eres igual»— utiliza estratégicamente la vergüenza y el miedo al «qué dirán». Su objetivo real no es siempre proteger, sino limitar la libertad de elección y forzar la conformidad con los códigos sociales establecidos, sofocando la autonomía personal bajo el peso de los prejuicios colectivos.

La realidad es que nuestras relaciones son mucho más complejas. A veces «andamos» con alguien para ofrecerle apoyo, a veces porque compartimos una historia de vida, a veces porque su visión del mundo, aunque completamente distinta a la nuestra, nos enriquece y nos desafía. Reducir toda esa riqueza a una simple ecuación de «eres igual a tus amigos» es producto de una pereza mental que no nos podemos permitir si queremos ser una sociedad más justa.

La alternativa es un desafío directo a esa pereza. Es cambiar la sentencia por la curiosidad. Es transformar el dicho en una pregunta. En lugar de afirmar «Dime con quién andas y te diré quién eres», podríamos adoptar la mentalidad de «Déjame conocerte por tus propias acciones y palabras para entender quién eres».

O, siendo aún más directos y devolviendo la responsabilidad a quien corresponde: no me digas con quién andas, demuéstrame quién eres tú.

Soy Josué de la Fraga, y la invitación de hoy es a juzgar menos por asociación y a conocer más por conexión. ¡Nos leemos el próximo jueves!


Esta columna se basa en la sección semanal del mismo nombre, emitida los miércoles en el programa Más Por La Mañana. Te invitamos a escuchar la versión en audio, ya disponible en las principales plataformas de podcasting de RadioMás.

Josué De La Fraga Chávez

Locutor y productor en Radio Televisión de Veracruz, docente universitario y apasionado por el lenguaje. Entre micrófonos y aulas, vive rodeado de su «manada»: Daniela, los gatos Momo y Kimi, y el perro Canelo. En esta columna, «Los Dichos Que Ya No Deben Ser Dichos, une su oído crítico y su amor por las palabras para revisitar el habla popular con humor y humanidad.