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Los Dichos Que Ya No Deben Ser Dichos Cap.10

Por Josué de la Fraga

¡Qué tal, apreciada comunidad lectora! Soy Josué de la Fraga y les doy la bienvenida a esta nueva entrega de nuestra columna semanal en el blog de RadioMás, el espacio donde hacemos una pausa para reflexionar sobre nuestro lenguaje: «Los Dichos que Ya No Deben Ser Dichos».

Esta semana, el propio calendario nos ha puesto el tema en la mesa. Ayer fue miércoles 13, y ese número, para muchos, viene cargado de una energía especial, de superstición. Aunque el día «oficial» del mal augurio en nuestra cultura hispana es otro, la ocasión es perfecta para hablar de ese refrán que ha paralizado planes, viajes y decisiones importantes por generaciones.

El dicho que hoy vamos a desmitificar es, quizás, el más famoso del panteón de las supersticiones: «En martes 13, ni te cases, ni te embarques, ni de tu casa te apartes».

Es una advertencia categórica, una regla no escrita que ha sobrevivido siglos. Pero, ¿de dónde nace este temor tan arraigado a una fecha específica? El pánico al «martes 13» no es un capricho. Es una poderosa y fascinante fusión de varias tradiciones y temores ancestrales que se han ido entretejiendo a lo largo de la historia. Para entenderlo, debemos desglosarlo.

La creencia en el mal augurio asociado al martes 13 hunde sus raíces en tradiciones ancestrales que convergen desde diversas culturas. El número 13 carga con una notoria mala fama histórica. En la tradición cristiana, su desprestigio se remonta a los trece comensales de la Última Cena, donde Judas Iscariote, el traidor, ocupó ese fatídico lugar. Esta percepción negativa se extiende a otras tradiciones; la cábala judía menciona trece espíritus malignos, mientras que en la mitología nórdica, Loki, dios del engaño y el caos, irrumpió como el decimotercer invitado no deseado en un banquete divino, un evento que desencadenó tragedia y muerte. Por otro lado, la carga negativa del martes proviene directamente de su nombre en español, derivado del latín Martis díes («día de Marte»). Para los romanos, Marte era el temible dios de la guerra, la violencia, la destrucción y la sangre. Astrológicamente, este día se consideraba impregnado de energía conflictiva, propicio para las disputas y los inicios violentos, pero profundamente nefasto para empresas relacionadas con la paz y la prosperidad, como contraer matrimonio o iniciar negocios. La fusión de estos dos elementos de mal agüero (el día consagrado a la furia bélica y el número asociado a la traición y el caos) crea lo que podríamos llamar la «tormenta perfecta» de la superstición. La advertencia popular «ni te cases, ni te embarques» encapsula este temor ancestral: es un consejo literal para evitar emprender cualquier asunto crucial (ya sea un enlace matrimonial, un viaje prolongado o una nueva empresa comercial) en una fecha que, según estas arraigadas creencias, parece predestinada al fracaso y al conflicto.

Más allá de su fascinante trasfondo histórico, en pleno 2025 debemos ver esta frase como una reliquia cultural y no como una guía válida para la vida, por razones profundamente vinculadas a nuestra comprensión del mundo actual. En primer lugar, el refrán promueve un miedo irracional al alimentarse exclusivamente de superstición, no de lógica ni evidencia tangible. Nos condiciona a temer una fecha arbitraria del calendario, desvinculando nuestras decisiones de una evaluación realista de riesgos y beneficios. ¿Acaso iniciar un proyecto un martes 13 implica objetivamente más peligro que hacerlo un sábado 22? Racionalmente, no existe tal diferencia. Además, fomenta un fatalismo paralizante que nos arrebata agencia sobre nuestra propia existencia. Al sugerir que el destino está sujeto a fuerzas oscuras y fechas «malditas», socava la importancia de factores reales como nuestra preparación, esfuerzo sostenido y capacidad de adaptación. Esta mentalidad es la antítesis directa de un enfoque proactivo y responsable ante los desafíos. Más crucial aún, la adhesión literal a este tipo de supersticiones puede llegar a paralizar la vida cotidiana: si obedeciéramos todas las creencias infundadas sobre mala suerte, viviríamos en un estado constante de autolimitación, renunciando a viajes, oportunidades y nuevos comienzos por temores vacíos. En esencia, congelar la existencia por un mito calendárico equivale a renunciar a vivir con plenitud. Finalmente, aferrarse al «martes 13» como principio rector es un ejercicio de pensamiento mágico que choca con una visión del mundo basada en evidencias científicas y razonamiento lógico. No se trata de ridiculizar tradiciones, sino de invitarnos a una reflexión urgente: ¿Queremos que nuestras decisiones trascendentales sean guiadas por el temor ancestral a un número, o por la confianza en nuestras capacidades y en el análisis racional de la realidad?

La alternativa a la parálisis supersticiosa es simple y poderosa: tomar las riendas de nuestra propia vida. Es entender que la «buena suerte», la mayoría de las veces, no es más que el punto exacto donde la preparación se encuentra con la oportunidad. En lugar de temerle a un día, podemos verlo como lo que realmente es: 24 horas para construir, para amar, para viajar, para aprender, para vivir. Podríamos incluso adoptar una nueva máxima, una que nos devuelva el poder: «La fortuna no está en el calendario, sino en mis acciones».

Así que, aunque esta semana haya tenido un día 13, recordemos que cada día es tan bueno como cualquier otro para casarse, para embarcarse en un nuevo proyecto o, simplemente, para salir de casa a conquistar el mundo.

Soy Josué de la Fraga, y les deseo un día lleno de excelentes decisiones, sin importar la fecha en el calendario. ¡Nos leemos la próxima semana!


Esta columna se basa en la sección semanal del mismo nombre, emitida los miércoles en el programa Más Por La Mañana. Te invitamos a escuchar la versión en audio, ya disponible en las principales plataformas de podcasting de RadioMás.

Josué de la Fraga Chávez
Locutor y productor en Radio Televisión de Veracruz, docente universitario y apasionado por el lenguaje. Entre micrófonos y aulas, vive rodeado de su «manada»: Daniela, los gatos Momo y Kimi, y el perro Canelo. En esta columna, «Los Dichos Que Ya No Deben Ser Dichos, une su oído crítico y su amor por las palabras para revisitar el habla popular con humor y humanidad.