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RADIOMÁS difunde el oratorio dramático «Juana de Arco en la hoguera» de Honegger.

Arthur Honegger (El Havre, marzo de 1892 – París, noviembre de 1955)

Historia, poesía y música, en fusión para la escena

  • RADIOMÁS difunde el oratorio dramático “Juana de Arco en la hoguera”, de Honegger.
  • Creación sobre el poema de Paul Claudel y el episodio histórico de la Doncella de Orleans.

Jorge Vázquez Pacheco.

Xalapa, Ver. – La combinación escritor-compositor se establece como elemento nuclear en muchas de las grandes creaciones musicales destinadas a la escena y –salvo el caso del alemán Richard Wagner, que fue su propio libretista– sin este trabajo mancomunado no habrían surgido para la historia obras como “Don Giovanni” de Da Ponte-Mozart, “Falstaff” de Boito-Verdi o “La Bohème” de Illica (con Giacosa)-Puccini, por citar solo tres importantes ejemplos.

Cronológicamente más cercanos a nosotros, tenemos el binomio integrado Kurt Weill y Bertolt Brecht, así como el afortunado traslado de la poesía de Paul Claudel hacia la música por Arthur Honegger. Y este es el caso que nos interesa, ante la difusión que la radio estatal veracruzana ha hecho recientemente de una partitura extraordinaria, como es “Juana de Arco en la hoguera” (“Jeanne d’Arc au bûcher”, en el francés original).

El compositor nacido en El Havre (1892-1955) tomó como punto de partida el poema simbolista de Paul Claudel (1868-1955) para dar forma a un oratorio dramático en once escenas que constituye uno de los ejercicios más audaces y comprometidos en el panorama lírico de la primera mitad del siglo. El primer gran detalle es que el rol del personaje central no fue creado para una cantante sino para la coreógrafa ucraniana Ida Rubinstein, a cuya iniciativa debemos también del célebre “Bolero” de Maurice Ravel. De este modo, el tema nos remite a la coincidencia de talentos de desigual ideología, aunque comprometidos con la misma causa artística.

“Juana de Arco en la hoguera” fue llevada hacia diversas ciudades europeas desde 1938 y en casi todas encontró respuestas de incomprensión y hasta hostilidad. Razones las había de sobra: la música no es del todo digerible, los efectos sonoros fueron remarcados por el (a veces chirriante) sonido procedente de las ondas Martenot y los acordes de dulzura tradicionalista asoman solo hasta las escenas finales. Para colmo, la sorna se establece como ingrediente nada cómodo para aquellos que se hincan devotamente ante el poder político. La escena IV es por demás representativa, desde el momento en que un cerdo es ungido como presidente del jurado que dictará sentencia.

“¡Es muy digno de presidir nuestra preclara asamblea! ¡Como lirio entre las espinas, así él aparece hermoso entre las capuchas!… ¿Qué mejor juez que el Cerdo, nuestro Señor? Él es la nariz entre las narices, es quien sabe distinguir las trufas de las patatas. Sus estornudos tienen el esplendor del fuego…” clama el populacho sobre la redacción de Claudel. Evidenciaba de este modo la preocupación por lo que la sociedad francesa veía venir, con el ascenso del nacionalsocialismo en Alemania y la locura de los esbirros nazis, quienes erigieron a golpe de cincel y martillo al monstruo de enfermiza megalomanía que intentó torcer el curso de la historia.

Pero la percepción hacia el oratorio de Honegger y Claudel habría de modificarse a través del fragor bélico, una vez que los nazis invadieron territorio francés. En 1940, la actriz Jacqueline Morane le llevó hacia diversas ciudades de la Francia no ocupada, y el esperado estreno en París se dio en el opresivo entorno de la invasión, con Mary Marquet en el rol principal. Pero esta desafortunada actriz tenía sus propias preocupaciones y tratando de resguardar a su hijo, que mostraba intenciones de sumarse a la resistencia, buscó la protección de los oficiales alemanes. De poco le sirvió: el hijo de Marquet fue enviado al campo de concentración de Buchenwald, donde murió a los 21 años de edad, mientras que ella fue arrestada y enviada al campo de Drancy.

Frente al conflicto armado, toda conciencia se modificó para siempre. Las comunidades europeas sociales y artísticas cambiaron su percepción de todo y quedarían marcadas para siempre. Al finalizar la Gran Guerra, el oratorio fue recibido como una suerte de estandarte emblemático y hacia 1954, el cineasta Roberto Rossellini realizó una adaptación cinematográfica de “Juana de Arco en la hoguera” con su esposa Ingrid Bergman en el rol de la joven heroína, basada en una exitosa representación ofrecida en diciembre de 1953, en el Teatro San Carlo de Nápoles.

Óleo de Hermann Anton Stilke

¿Qué hay de especial en texto y música?

El poema de Claudel ha sido descrito como “una proclama patriótica, chauvinismo incluido, y una flagrante confrontación entre el mundo celestial, las rivalidades humanas y la ideología que puede hacer que alguien sea, para unos, una santa salvadora y para otros, una bruja maléfica”.

Citemos al crítico español José Ramón Alarcón, al reseñar una representación en el Teatro Real de Madrid: “Una Francia vacía y sin vida traída a la contemporaneidad de la mano del poeta y diplomático Paul Claudel, quien iluminaría con portentosa naturaleza alegórica las cuitas de un país sometido por la ocupación nazi, haciendo eviscerar de la ajusticiada figura de Jean d’Arc el desgarro por un mundo en llamas sujeto a la barbarie de los totalitarismos”. Nos describe así a la casi niña que se convierte en heroína durante el epílogo de la Guerra de los Cien Años y que, a través de la creación escénica que nos ocupa, se establece como “la adalid de un turbulento tiempo de conflagraciones y contiendas…”

La actriz Marion Cotillard, responsable de su recreación en el foro madrileño, apuntó: “Juana de Arco representa a una persona que tiene una convicción muy fuerte, que tiene una fe profunda. Y eso es algo que le da una fuerza desbordante”. Aquí resulta conveniente reproducir el texto de Claudel que, en su inicio y en medio del acendrado fervor catolicista, es vívidamente representativo: “¡Hubo una niña llamada Juana! / Y Francia estaba vacía y sin vida, / y las tinieblas cubrían / todo el reino. / Desde el fondo del abismo te he llamado / ¡Señor! ¡Señor! ¿Quién podría resistir? / Había una doncella que se llamaba Juana”.

El ingrediente irresistible es la misma personalidad de Juana: campesina que en 1430 empuñó la espada para contribuir decisivamente a levantar el asedio inglés a Orleans; acusada injustamente como bruja, prostituta, apóstata y traicionera; analfabeta incapaz de dar lectura a lo escrito en el libro que le lleva el fraile Domingo, condenada al fuego en público cuando contaba con solo 18 años.

Escenificación reciente en Madrid

El resumen

En su contundente propuesta, Honegger y Claudel representan la atemporalidad de la degradación humana, causada por fanatismos y nacionalismos extremos que atentan contra toda dignidad humana. La obra da inicio cuando la joven Juana, atada y a un paso de ser ejecutada, recibe la visita del fraile Domingo, una suerte de enviado celestial encargado de leerle su proceso. Viene el juicio en el castillo de Ruan y ella, sin comprender cabalmente por qué se le quiere muerta, observa que la corte que le juzgará es presidida por un cerdo, Porcus, quien se ha ofrecido porque ni el tigre ni la víbora accedieron. La multitud grita en tono de burla; el marrano afirma que ha logrado comprender la verdad y exhorta a Juana a reconocer que logró unir a Francia contra Inglaterra al invocar las fuerzas del demonio. La sentencia es, entonces, la hoguera, sin importar la argumentación de la joven doncella.

Sin embargo, afirma que las voces celestiales no le engañaron y que ella misma, con espada empuñada, fue quien ha llevado a Francia a la salvación. Al escuchar las voces de santa Margarita de Antioquía y santa Catalina de Alejandría, es instigada por el coro para romper las cadenas que le atan mientras el fuego “separa su alma de la carne”. Hacia el momento final, cuando logra despojarse de las ataduras, el coro canta en plenitud de júbilo: “Nadie conoce amor más grande que el de dar su vida por aquellos que ama”, para pronto reducirse a un diminuendo que concluye como claudicante meditación.

RADIOMÁS ha difundido, como primicia radiofónica, esta obra de Arthur Honegger desde el sábado 6 de mayo, en el espacio denominado «La voz humana en la música», con repetición miércoles 10 de mayo a las 21 horas, a través de 107.7 de frecuencia modulada o en www.radiomas.mx

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