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Verdad y panfleto hacia un neoestridentismo.

Manuel Vásquez | Opinión.


Pienso la ciudad como elemento, como sustancia gravitacional, como conjetura filosófica, como  hogar, como paráfrasis del mal y la anonimia; el centro del todo y, al mismo tiempo, el banal sitio en el que se pierde el sentido de lo nuevo; la ruptura necesaria entre lo nuevo, lo convencional y sus estructuras, entre lo callejero y lo oficial, entre lo fatuo y lo profundamente intelectual.

Me sitúo aquí y ahora, y también en 1921, año en el que mediante el Manifiesto estridentista, hombres nuevos y libres se cagaban en la formas, retando a los alienados de entonces a seguir leyendo poesías ridículamente románticas y una literatura de pacotilla.

Manuel Maples Arce, Germán List Arzubide, Salvador Gallardo, Miguel N. Lira, entre muchos otros que, iracundos y sagaces, no sólo suscribieron el primer manifiesto y los subsiguientes, sino que crearon y practicaron una estética de ruptura y un discurso contracultural y filosófico mucho más adelantado a su tiempo, en comparación con otros que simultáneamente aparecían en el mundo, y que en México, por cierto, promovían una intelectualidad posrevolucionaria y una revolución minimalista en sí misma.

Así, Estridentópolis no es la ciudad capital que innova y gesta a los nuevos pensadores; es el sitio donde coexisten la utopía y distopía al mismo tiempo. Sus representantes, alérgicos a leer el panfleto de la necesidad urgente por generar discursos creíbles y masificados, se debaten entre la ignorancia y la falta de formas, entre la ocurrencia del día y la monotonía del timing urbano, entre la escasez de palabras y el exilio panfletario de quienes han creído haber nacido en Estridentópolis, sin conocerla de cierto, yéndose tal vez para verla desde lejos y añorarla en un exilio riesgoso y fresa;  rimbombante cuando se recrea un motivo imaginario para irse.

Ahora bien, si analizamos con lupa esas partidas es fácil notar que se trata de un discurso maniqueo. Muchos estridentistas quisieron irse, pero no lo hicieron; no hay pretexto: peores tiempos que los de la revolución no han vuelto a repetirse, incluso ahora, cuando parece que la inseguridad y la falta de garantías  lucha desde dentro en la rupturas de las administraciones pasadas para ser tratado con justicias.

 ¿Quién puede decir que prefiere otra ciudad, otra Estridentópolis, sin haberse quedado a conocer sus luchas, o por lo menos las de los últimos cuarenta años? En ellas ha habido una gran oferta cultural, particularmente en las artes, capaces de exponer directamente una representación simbólica de la vida en sociedad en este mar de conceptos y planteamientos estéticos, en los que la música, la pintura, la poesía y la literatura juegan un papel preponderante.

Quizás todo surja, como fue desde su inicio, con la poesía, esa virtuosa y a veces esquiva tormenta de palabras que alimenta la imaginación y aviva el fuego de lo nuevo. A pesar de que los logros de la estética estridentista me resultan irrepetibles, debo consignar los esfuerzos del fosforescente Julio César Cervantes, o del iracundo y proscrito Feli Dávalos, o de la suave y pragmática Silvia

Tomasa Rivera, o la erudición de Fernando Ruiz Granados, monolítico, lineal, avasallante con su poesía total o de mujeres de la palabra, de esas que saben latín, como Verónica Arredondo, América Xóchitl Vargas, Susana Valdez y Mirna Viveros, las cuales han hecho posibles colecciones como Las tejedoras de luz, País de las nieves y Verde fuego de espíritus.

 Por cierto, ellas están unidas en la intención de aportar a la poesía de mujeres que, distinta en su tono, abona a la imaginación selectiva del lector que prefiere la emoción de sentir las palabras frente a la rima o el ritmo.

¿Y cómo no caer en un preludio panfletario quienes pretenden emular a los cancerberos del arcaísmo literario de los veinte sin siquiera conocerlos? Cómo no quedar manchados de ignorancia y estulticia al imitar a los habitantes del Café de Nadie, si se desconoce que Maples Arce, junto con los otros precursores del Estridentismo, creía firmemente en la entrada del modernismo, en la transición de una sociedad tradicional y sometida hacia el ideario de una Revolución que incendiaba las conciencias y, al mismo tiempo, lanzaba al movimiento obrero en una nueva vocación sensorial urbana.

Ellos también apostaban por la agitación y el apego a las estéticas maquinistas, la creación de escenarios en los que el hombre podría ser libre mediante el pensamiento y participar en el agotador esfuerzo por labrar la tierra para conseguir el sustento a mano.

Dicha postura aleja a la vanguardia mexicana del dadaísmo, precursor de la ruptura y de la burla del arte burgués. Para contextualizar esa época, tampoco hay que olvidar que en esos años era muy reciente la visión revolucionaria bolchevique de la Rusia de 1917, la cual establecía la base de un pensamiento socialista que, más tarde, traería severas consecuencias en los albores del siglo XX para muchos países en los que la revolución irrumpió en sus sociedades, casi de manera natural.

La vanguardia así concebida y analizada algunos años después por Germán List Arzubide, deja ver los resultados del trabajo integrador que artistas de muy diversas disciplinas crearon: la consistencia de la visión poética y literaria en las revistas Ser, Irradiador y Horizonte, y la capacidad para dar a conocer las aportaciones estridentistas a nivel internacional, pese a los problemas para transmitir información en esos años.

De ese modo, el Estridentismo no sólo creó una estética y ciertos principios ideológicos y filosóficos, sino que, básicamente apoyados por la Universidad Veracruzana, influyó en los modelos educativos y en la forma de representar el presente problemático que a esos artistas les tocó atestiguar.

Estridentópolis puede seguir siendo Xalapa; hará falta un nuevo grupo capaz intelectualmente de generar un manifiesto, de acceder  con la nueva tecnología a sumar y crear solidaridad y objetivos comunes.

Es importante recordar que uno de  los mayores aciertos del grupo fue representar vivamente el fracaso de la Revolución Mexicana en términos de justicia y equidad; con sus aportes lograron generar una crítica mordaz y abierta a los esquemas que la partidocracia corrupta ha planteado como hoja de ruta para las generaciones alienadas a este esquema.

Esta hazaña también vio nacer un nuevo Estridentismo: ese que grita, que vocifera, que se burla, que se caga en las figuras oficiales, defendiendo la juventud de quienes son conscientes de que ninguna formación académica les garantizará un éxito estético ni una felicidad plena y en paz.

Las nuevas generaciones  deberán establecer un nuevo paradigma, sabiendo que la irrupción vertiginosa de discursos estéticos no aglutina públicos, deberán resolver el problema de la inmediatez abrumadora de la tecnología actual, tan añorada en los años veinte del siglo pasado, la cual se ha tragado el subconsciente de generaciones completas.

Una de ellas, quizás la que padece más el fracaso del sistema neoliberal, es la de ahora, una generación que nació rodeada de una fuente de información infinita: el internet, pero que, paradójicamente, no lo utiliza para formarse, crecer en el plano intelectual u orientarse.

La creación un manifiesto hacia el nuevo Estridentismo podrá crear una lucha en la cual lo estético en verdad responda primero a los intereses de un grupo tal.  Dicha empresa, idealmente, traerá consigo la apertura de fuentes de riqueza que ahora permanecen reservadas para las estructuras convencionales.  Esto se logrará apostando por una mayor democracia en la toma de decisiones y, por encima de todo, mostrando al mundo el discurso de defensa de un nuevo ideario en el que no haya panfletos fundamentados en un movimiento con casi cien años de antigüedad, sino que el estridentista discurra en el quehacer artístico y estético para la liberación del ser humano, cuyo pensamiento hoy, a pesar de toda la tecnología, sigue ajeno a toda causa, mediatizado, enajenado y cautivo.